domingo, 21 de febrero de 2010

Silencio y viento


Sétimo año, primer examen parcial. Nervios, expectativa, inseguridad.
Ese era el escenario en el cual se iba a empezar a desarrollar una de las etapas mejor vividas de mi vida: la era colegial.
No recuerdo si habré estudiado mucho, ni siquiera recuerdo si estudié; lo cierto es que ese martes de marzo de 1984 se grabó en mi mente para siempre.
Ignoro si era un procedimiento habitual del colegio, lo cierto es que al entrar al aula nada estaba en su sitio: los profesores habían ordenado los pupitres en tres largas filas que iban del principio al fondo de la clase y en la pizarra verde estaba escrito con lapidarias líneas blancas de tiza la terrible consecuencia de ser encontrado haciendo fraude: la expulsión.
El ambiente no pudo ser más intimidante y mis entrañas lo sintieron.
Fuimos llamados en orden alfabético y asignados en un asiento. Uno a uno, el grupo quedó ordenado y los instrumentos de evaluación fueron repartidos.
Nadie dijo una palabra, creo que ni siquiera hubo saludos para los profesores, aquello era más parecido a una sala de meditación que a un aula.
Tres profesores (¡sí, tres!) de cursos diferentes caminaban en absoluto silencio entre las filas, en un patrullaje de terror capaz de doblegar hasta al más fuerte.
Sentí demasiada presión dentro de mí, pero de alguna forma me las arreglé para evitar que la desconcentración me atacara.
El silencio de aquel lugar no era interrumpido por nada; mi mente no registra siquiera el sonido de los pasos de los tres cuidadores.
Conforme pasaron los minutos, una sensación de confianza comenzó a calmarme, sobretodo cuando noté que el nivel de dificultad del examen no era elevado.
El ambiente era de total concentración y yo sabía que nada iba a interrumpirlo hasta que el último de los compañeros entregara el examen.
Sentí una fuerte picazón en mi nariz y me rasqué para apaciguarla pero no, el estornudo era inminente. En los días previos, mi mamá me llamó la atención por mi escandalosa y poco decente forma de estornudar y de inmediato pensé que si sabía había un momento adecuado para corregirme, era ese. "No va a sonar" me dije a mí misma.
Aspiración rápida, profunda y silenciosa; expulsión contenida...
Entonces, un segundo después empecé a reírme inconteniblemente, cuando tuve la osadía de volver hacia atrás: mi compañera se hacía viento con las hojas del examen para disipar el escandaloso y oloroso pedo que se me escapó en el esfuerzo que hice porque el estornudo no interrumpiera a nadie.

Años después supe exactamente lo que ahí había ocurrido; no importa lo que estés haciendo, cuando un aire va a salir -no importa si es estornudo, eructo o pedo- sale por el primer hueco que encuentre.

lunes, 15 de febrero de 2010

¡Medias a medias!


Hueco en el estómago, expectativa y emoción, así definiría mi primer día de escuela. Recuerdo como si fuera ayer ese mágico momento y si me tocara describirlo, podría comenzar a contar cada detalle desde la noche antes, cuando alisté justo al lado de la cama hasta las colitas con las que me iba a peinar.


Todos esos recuerdos vinieron a mi mente esta semana, que mi hijo entró a su segundo grado, cuando mientras yo por poco lloro de emoción cuando estuvimos listos para salir y a él se comportó como el más veterano de los estudiantes que cualquiera se pueda imaginar.

"¡Qué ridícula mamá!", solo le faltó decirme al enano ese, quien con su bulto parte-espaldas y su lonchera se sentía como dueño del mundo y en control de toda la situación.


No me costó nada recordar a mis amigos de infancia y uno por uno desfilaron por mi mente, aún con colitas o pantalones cortos.

Recordé mis cuadernos -forrados siempre con papel de regalo de alguna tierna figurita-, el olor del plástico, la ilusión de estrenar lápices de color, de las loncheras de lata y los termos que se les quebraba su componente de vidrio por llevar tanto golpe.

Cómo olvidar aquellos enormes lápices de escribir Jumbo que tenían un enorme borrador, o las gomeras que siempre se regaban en el fondo de los bultos de cuero que se vendían allá por el Mercado Central en San José.


Tampoco olvido las medias... ¡malditas medias!

En aquellos tiempos (finales de los 70's) los calcetines se usaban a media pierna pero sólo existían de dos tipos: los que se estiraban tanto que se los tragaban los zapatos y los que estrangulaban las piernas. ¡Qué martirio!

Hasta el día de hoy no entiendo porqué mi mamá insistía en ponerme las "suavecitas" (léase las que no tallaban) y por supuesto, yo no podía caminar ni 30 pasos seguidos sin tener que subirmelas, para que casi de inmediato se volvieran a caer.

Doblarlas al tobillo era un pecado de la moda tan capital en esos días que la posibilidad de usarlas de esa forma estaba totalmente descartada, ni siquiera a los 7 años, cuando todo se permite.

Qué curioso que ese sea mi único mal recuerdo de la escuela, considerando que nunca fui una estudiante brillante ni nada parecido.

Mi mamá le compró al mismo proveedor las medias casi toda la escuela, hasta que en un arrebato de estrés y rebeldía un día dije "de esas ya no más" y como por arte de magia, mami me compró unas diferentes: tenían un curioso conejito estampado en rojo en la parte de abajo.

Después ya no supe qué era peor, si tener que agacharme para subirme las medias o usar esas de paño grueso que me daban un calor espantoso y hacía que mis pies olieran terrible.



Por eso ahora que soy mamá soy tan majadera con las medias de mi hijo, para que nunca le toque como a mí, andar con las medias a medias.

martes, 2 de febrero de 2010

Las vacaciones... lo que fueron y lo que son


Vacaciones, qué bonita suena esa palabra y qué grato nos parece todo lo que se relaciona con ella, pero ¿alguna vez te has preguntado realmente qué son?
Nunca como ahora me puse a pensar lo que implica esa simple palabra, talvez porque traigo desde chiquilla un concepto -tal vez errado- de lo que son la vacaciones. Lo cierto es que haciendo cráneo (porque aún no llego a la etapa donde se pueda decir que pienso) me doy cuenta que es un concepto que cambia y crece conforme vivimos cada etapa de la vida y me explico.

Cuando sos un niño, vacaciones es todo lo que se relaciona con no estudiar: es levantarse tarde, comer sin horarios, ver televisión hasta que se te cocinen los ojos y sobretodo, disfrutar con los amigos.
Era jugar hasta que el sudor de diera picazón, tener los cachetes color rojo "a punto de reventar" y refrescarse en el tubo del jardín de la casa de algún vecino. Era también reunirse en una esquina a planear cuáles timbres del vecindario salir a tocar o juntar monedas entre todos los amigos para comprar un solo refresco -por lo general gaseoso- para hacer competencias de eructos. El día comenzaba en el momento en que ponías un pie afuera de la casa y se acababa cuando los gritos de tu mamá, casi afónica, te amenazaban con no dejarte salir al día siguiente si no entrabas en ese preciso momento a comer.

Cuando llega la adolescencia el concepto no cambia sustancialmente, lo que cambian son las actividades en las que invertías hoooras y hoooras cada día. En mi caso ¡todo era genial! El día comenzaba con interminables llamadas telefónicas con las amigas para planear lo que ibamos a hacer el resto del día, lo cual incluía "determinantes decisiones" como qué ropa ponerse, qué peinado usar y dónde reunirse. Temas de conversación sobraban; anhelos, deseos y preocupaciones se ligaban con ese exacerbado sentimiento de solidaridad con los amigos y que a su vez se amalgamaban con esa pasión por todo que se experimenta cuando sos adolecente. (Mi papá decía que esta etapa de la vida se llama así porque las personas "adolecen" de muchas cosas, pero esa es otra historia)

Una vez superada esa etapa, llegamos a ser adultos jóvenes, donde la sensación de inmortalidad y el aquí y ahora son lo que marcan todo en nuestra vida. Una vez más, el concepto de vacaciones evoluciona (?) y este tiempo lo dedicamos a todo y a nada: tan provechosa nos puede parecer una tarde de completa hibernación como un día entero por la ciudad de "window shopping" -porque la falta de plata define esta parte de nuestras vidas-.
Un paseo se convierte en una vacación y por lo general la temerariedad, el vivir el momento sin pensar en consecuencias y el "¡ay Dios mío, no lo vuelvo a hacer!" se convierten en una constante.
A veces porque el estudio nos lleva a diversos destinos o porque nuestros trabajos nos abren oportunidades de conocer a muchas personas, las posibilidades de vacacionar se expanden casi en forma exponencial!

Yo no sé ustedes, pero en ese momento, mi vida fue de entera vacación. Ir a hacer un trabajo en grupo terminaba por convertirse en una fiesta; salir a buscar fuentes o recursos para lo que fuera también terminaba en fiesta y armar la fiesta era además de una diversión, una especie de "vacación mental" donde uno se desprendía de preocupaciones sólo para poder capturar por unas horas ese espíritu de interminable alegría que vive y actúa sólo cuando estás de vacaciones.

Pero ahora, que creo llegué a la etapa de adulta-adulta, vacaciones tienen una nueva connotación y ya nunca volvieron a ser lo que fueron antes: ahora también son trabajo.
Primero tengo que programarlas, lo cual implica negociar con todos los actores de mi vida, que en este momento además de los amigos y la familia, son los jefes.
Segundo, las vacaciones hay que presupuestarlas... si, ¡así de horrible! Tengo que pensar constantemente en ellas para poder hacerles un campo en mi escuálido cheque mensual y alejarme de toda tentación de gastarlas durante el año. Esto también implica hacer una labor investigativa en múltiples fuentes para poder ir a un lugar donde la falta de dinero no opaque la diversión y donde 1+1 me dé como resultado menos de 2 para saber que me alcanza.
Eso sin contar toda la logística que hay que hacer para poder irse un pinche fin de semana! Buscar quién cuide la casa y riegue las matas o quién pase a apagar y prender luces de día y de noche conlleva realizar una serie de contactos casi policiales para poder estar seguro de que se cumplen.
Y salir se vuelve toda una odisea! Vacación tiene implícito el trabajo en esta etapa de la vida.
Empezás a cansarte incluso antes de salir, preparando maletas, cocinando para no tener que gastar mucho tiempo preparando comidas en el destino y haciendo las compras para de las cosas que te vas a llevar.
Es increíble lo que se trabaja para ir a vacacionar y eso que desde hace mucho logré separar el concepto de descansar del de vacaciones y le cambié el significado al término. En este momento, vacaciones es el tiempo donde más me canso.

Por eso ahora necesito vacaciones para descansar de las vacaciones y si me ponen a escoger, me quedo con las de antes.